Me arranqué
y no por bulería,
sino el corazón,
anclado siempre
a la orilla de tu miedos.
Arrié todas las velas,
velocidad crucero.
Hemos adelantado a la luz por la derecha, mi capitán.
Tócame, que nos hundimos.
¿Hemos rozado ya el horizonte?
¿Estamos besando ya las estrellas?
Y me volví a mirarte a los ojos
(benditos agujeros negros)
pero te habías quedado atrás.
Te pilló por sorpresa
mis ansías de emprender nuevos rumbos
y aún levantabas la ceja.
Pero esta
no es
la historia
de un
abandono.
Y volví a por ti,
regresé y te agarré tan fuerte
que tengo tatuadas tus huellas dactilares.
Aunque lo que verdaderamente me dejó huella
fueron todos los pasos que nunca diste.
Y alzaste tus alas al vuelo.
Fuiste océano
y bebí de tus instantes.
Me ahogué en el rocío de tu piel
y te llamé lluvia.
Eras mar, olas, naufragio.
Pero yo siempre quise las estrellas,
a mí me gustaba bailar en tu constelación.
Siempre anhelé llegar a buen puerto
y a ti salir de la cama te parecía
demasiado lejos.
Y entre tanto viaje,
se me rompieron mis tiras
contra tus aflojas.
Me cansé de verte olvidarnos
y hacerme la aún más loca.
Esta no es la historia de un abandono.
Esta es la historia
de un
"me
tengo
que
(hu)ir"