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martes, 30 de agosto de 2016

Treinta de Agosto.

Te inventas motivos por los que levantarte por las mañanas sin que la vida te pese nueve toneladas y media.

Te inventas razones por las que no llorar cuando te encierras en la ducha.
Te inventas la única solución. Una tregua con tus propios demonios.

Y te fijas en tu  tripa, te la arañas.
Y te fijas en tu pelo, te lo recoges.
Y te fijas en el caos; y lo escribes.

Escribes porque hay cosas que tus labios jamás van a escupir porque no les vas a dar la oportunidad de que lo hagan.
Te dejas guiar por los violines.
Porque lo único que quieres es encontrarte a gente en el metro, en el bus. Porque lo único que quieres es hacer algo de provecho en un mundo dominado por monstruos que disfrutan al ver cómo los demás no son felices.

Luchas por entender tu vida.
Luchas para que nadie se haga lo suficientemente importante como para que al cerrar los ojos –imaginándote su despedida-, llores.

Porque no. Nadie debería desordenarte.
Nadie debería dejar que tu vida se convierta en otras dos manos.

(Aunquesepasqueparaesoyaesdemasiadotarde)

Te duchas. Y gritas tan fuerte que hasta el mundo te suplica un poco de silencio.
Silencio empachado de ruido. De vacío. De seres inertes que tienen prohibido vivir.
Seres que exigen respirar.

Te vas pisando el pie derecho con el izquierdo para ver si así –contemplando la vida desde otro lado- pesa todo un poco menos. Te muerdes las manos.

Y atinas a llorar.
Por fin.
Lloras muchísimo. Lloras a mares.
Te sumerges entera. No puedes respirar. Y por una vez no es por la presión en el pecho, si no por dejarla salir.
Ya no sé cuántas corazas tengo desde que me dí cuenta que la vida iba a ser un engendro enfermo que a veces me iba a dar un poco de paz.
Paz como la que me doy cuando me zambullo en el mar y todo empieza a fluir.
Como la de gritar delante de la gente y no sentir vergüenza.

Intentas hallar unos ojos que te digan “Ven, que aquí todo va a estar bien”.
Pero cuando los encuentras, lo único que quieres es llorar por si los pierdes.

Y así es el miedo.


Tenerlo por si te quedas solo. Y que te abrase cuando no lo estás recordándote lo fácil que todo se puede corromper.