Te inventas motivos por los que levantarte por las mañanas sin que
la vida te pese nueve toneladas y media.
Te
inventas razones por las que no llorar cuando te encierras en la ducha.
Te
inventas la única solución. Una tregua con tus propios demonios.
Y te
fijas en tu tripa, te la arañas.
Y te
fijas en tu pelo, te lo recoges.
Y te
fijas en el caos; y lo escribes.
Escribes
porque hay cosas que tus labios jamás van a escupir porque no les vas a dar la
oportunidad de que lo hagan.
Te dejas
guiar por los violines.
Porque
lo único que quieres es encontrarte a gente en el metro, en el bus. Porque lo
único que quieres es hacer algo de provecho en un mundo dominado por monstruos
que disfrutan al ver cómo los demás no son felices.
Luchas
por entender tu vida.
Luchas
para que nadie se haga lo suficientemente importante como para que al cerrar
los ojos –imaginándote su despedida-, llores.
Porque
no. Nadie debería desordenarte.
Nadie
debería dejar que tu vida se convierta en otras dos manos.
(Aunquesepasqueparaesoyaesdemasiadotarde)
Te
duchas. Y gritas tan fuerte que hasta el mundo te suplica un poco de silencio.
Silencio
empachado de ruido. De vacío. De seres inertes que tienen prohibido vivir.
Seres
que exigen respirar.
Te vas
pisando el pie derecho con el izquierdo para ver si así –contemplando la vida
desde otro lado- pesa todo un poco menos. Te muerdes las manos.
Y atinas
a llorar.
Por fin.
Lloras
muchísimo. Lloras a mares.
Te
sumerges entera. No puedes respirar. Y por una vez no es por la presión en el
pecho, si no por dejarla salir.
Ya no sé
cuántas corazas tengo desde que me dí cuenta que la vida iba a ser un engendro
enfermo que a veces me iba a dar un poco de paz.
Paz como
la que me doy cuando me zambullo en el mar y todo empieza a fluir.
Como la
de gritar delante de la gente y no sentir vergüenza.
Intentas
hallar unos ojos que te digan “Ven, que aquí todo va a estar bien”.
Pero
cuando los encuentras, lo único que quieres es llorar por si los pierdes.
Y así es
el miedo.
Tenerlo
por si te quedas solo. Y que te abrase cuando no lo estás recordándote lo fácil
que todo se puede corromper.