Lo tuvimos tan cerca. Parecía tan posible y aun así lo dejamos ir.
Llegué a casa después de un largo y tedioso día.
Tú
me mirabas como si el hecho de haber tenido que dar tres clases seguidas fuese una tragedia.
Y me abrazabas
y las cosquillas masticaban hasta el último rincón de mi estómago.
Ver pasar los días en esa gran ciudad era como escuchar música debajo del agua.
Aunque no hubiera rascacielos ni taxis que te llevasen a un lugar en el que sentirte vivo -porque estabas donde querías estar y no hacía falta-.
La vida fluía y éramos felices.
Pero sonó el despertador.
Ahora sigo llegando a casa después de un largo y tedioso día.
Me miras;
pero lo que de verdad te parece un drama es el paso de los días, mi cara de tristeza frente al ordenador y esos quise y no pude con los que ahora compartes colchón.
Y en tus brazos ya no crecen flores y mi estómago solo es capaz de sentir los últimos mordiscos de una luz que un día brilló como un girasol.
La vida sigue,
nosotros ya no.
Y es por eso que hace tiempo que no tengo nada que decir porque lo tuvimos todo tan cerca. Parecía tan posible y aun así lo dejamos ir...
sábado, 17 de diciembre de 2016
jueves, 10 de noviembre de 2016
Ojalá fuese una cárcel de amor
Acabo de ver a mi madre pintar
el patio de un tono gris cárcel.
Y, mientras la observaba,
no he podido evitar pensar que,
de las pocas ocasiones que ha intentado
darle el toque apropiado a la casa,
esta es,
sin duda,
la primera vez que ha dado con el color.
jueves, 6 de octubre de 2016
El perdedor
Y el siguiente recuerdo es que estoy sobre una mesa,
todos se han marchado: el más valiente
bajo los focos, amenazante, tumbándome a golpes...
y después un tipo asqueroso de pie: fumando un puro:
-Chico tú no sabes pelear-. Me dijo.
Y yo me levanté y le lancé un golpe por encima
de una silla.
Fue como una escena de película y
allí quedó sobre su enorme trasero diciendo
sin cesar -Dios mío, Dios , ¿pero qué es lo que
te ocurre?-. Y yo me levanté y me vestí,
las manos aún vendadas, y al llegar a casa
me arranqué las vendas de las manos y
escribí mi primer poema,
y no he dejado de pelear
desde entonces.
-Charles Bukowski-
martes, 4 de octubre de 2016
Imagínate que alguien recompone absolutamente todo lo que otros hicieron trizas de ti.
Que no tenga reparos en quedarse a bailar en el salón de tu casa, aunque ni tú sepas mover los pies ni a él le guste la música que pones.
Que está dispuesto a combatir con todos los insultos que han quedado grabados en tu mente. De otros, claro. Siempre por culpa de otros.
Imagínate que alguien está dispuesto a esperarte en cualquier estación de bus el más frío de los inviernos y en cualquier estación de tren el más horrible de los veranos.
Que aunque a veces sea con el órgano y otras con el dedo, siempre te quiera con el corazón.
Imagínate que te besa la tripa y no solo te hace un hueco en el asiento del copiloto de su coche, si no que también lo hace en su vida.
Imagínate alguien con el que todo sea estupendo, cada día, de una manera distinta.
Que te besa borracha, corre contigo debajo de la lluvia y te invita a helado siempre que estás triste.
Imagínate que vas de su mano y que eso no suponga que no seas libre, que le digas que lo quieres y no por ello te sientas menos independiente.
Imagínate que alguien se presenta en tu portal a medianoche y te abraza cuando los monstruos no te dejan en paz y te rompes en mil pedazos.
Imagínate que maldice tu pasado por el daño que otros te hicieron.
Que te invita a cenar; pero nunca te deja como segundo plato y que sería capaz de probar hasta el más extraño de tus experimentos gastronómicos.
Imagínate que te hace fotos, que te lleva a perderte en el mar, que quiere congelarse contigo y que te grita sin descanso que algún día todo ese dolor os servirá de algo.
Imagínate que lleva ya dos años enredado en tu pelo.
Y ahora... Imagínate que lo pierdes.
¿Tú también temblarías, verdad?
Que no tenga reparos en quedarse a bailar en el salón de tu casa, aunque ni tú sepas mover los pies ni a él le guste la música que pones.
Que está dispuesto a combatir con todos los insultos que han quedado grabados en tu mente. De otros, claro. Siempre por culpa de otros.
Imagínate que alguien está dispuesto a esperarte en cualquier estación de bus el más frío de los inviernos y en cualquier estación de tren el más horrible de los veranos.
Que aunque a veces sea con el órgano y otras con el dedo, siempre te quiera con el corazón.
Imagínate que te besa la tripa y no solo te hace un hueco en el asiento del copiloto de su coche, si no que también lo hace en su vida.
Imagínate alguien con el que todo sea estupendo, cada día, de una manera distinta.
Que te besa borracha, corre contigo debajo de la lluvia y te invita a helado siempre que estás triste.
Imagínate que vas de su mano y que eso no suponga que no seas libre, que le digas que lo quieres y no por ello te sientas menos independiente.
Imagínate que alguien se presenta en tu portal a medianoche y te abraza cuando los monstruos no te dejan en paz y te rompes en mil pedazos.
Imagínate que maldice tu pasado por el daño que otros te hicieron.
Que te invita a cenar; pero nunca te deja como segundo plato y que sería capaz de probar hasta el más extraño de tus experimentos gastronómicos.
Imagínate que te hace fotos, que te lleva a perderte en el mar, que quiere congelarse contigo y que te grita sin descanso que algún día todo ese dolor os servirá de algo.
Imagínate que lleva ya dos años enredado en tu pelo.
Y ahora... Imagínate que lo pierdes.
¿Tú también temblarías, verdad?
martes, 30 de agosto de 2016
Treinta de Agosto.
Te inventas motivos por los que levantarte por las mañanas sin que
la vida te pese nueve toneladas y media.
Te
inventas razones por las que no llorar cuando te encierras en la ducha.
Te
inventas la única solución. Una tregua con tus propios demonios.
Y te
fijas en tu tripa, te la arañas.
Y te
fijas en tu pelo, te lo recoges.
Y te
fijas en el caos; y lo escribes.
Escribes
porque hay cosas que tus labios jamás van a escupir porque no les vas a dar la
oportunidad de que lo hagan.
Te dejas
guiar por los violines.
Porque
lo único que quieres es encontrarte a gente en el metro, en el bus. Porque lo
único que quieres es hacer algo de provecho en un mundo dominado por monstruos
que disfrutan al ver cómo los demás no son felices.
Luchas
por entender tu vida.
Luchas
para que nadie se haga lo suficientemente importante como para que al cerrar
los ojos –imaginándote su despedida-, llores.
Porque
no. Nadie debería desordenarte.
Nadie
debería dejar que tu vida se convierta en otras dos manos.
(Aunquesepasqueparaesoyaesdemasiadotarde)
Te
duchas. Y gritas tan fuerte que hasta el mundo te suplica un poco de silencio.
Silencio
empachado de ruido. De vacío. De seres inertes que tienen prohibido vivir.
Seres
que exigen respirar.
Te vas
pisando el pie derecho con el izquierdo para ver si así –contemplando la vida
desde otro lado- pesa todo un poco menos. Te muerdes las manos.
Y atinas
a llorar.
Por fin.
Lloras
muchísimo. Lloras a mares.
Te
sumerges entera. No puedes respirar. Y por una vez no es por la presión en el
pecho, si no por dejarla salir.
Ya no sé
cuántas corazas tengo desde que me dí cuenta que la vida iba a ser un engendro
enfermo que a veces me iba a dar un poco de paz.
Paz como
la que me doy cuando me zambullo en el mar y todo empieza a fluir.
Como la
de gritar delante de la gente y no sentir vergüenza.
Intentas
hallar unos ojos que te digan “Ven, que aquí todo va a estar bien”.
Pero
cuando los encuentras, lo único que quieres es llorar por si los pierdes.
Y así es
el miedo.
Tenerlo
por si te quedas solo. Y que te abrase cuando no lo estás recordándote lo fácil
que todo se puede corromper.
sábado, 11 de junio de 2016
lunes, 4 de abril de 2016
Plenilunio
Quien se oculta tiene siempre más prestigio que quien se muestra abiertamente. Será por esas bobadas orientales que se llevaron hace tiempo, aquella cosa china o taoísta de que quien sabe calla, o de que la palabra que se dice es de plata, y la que no se dice es de oro, toda aquella basura que le gustaba a mi ex, en sus períodos orientales, que también los tuvo. Yo me hago el propósito de callar para hacerme misteriosa pero no lo consigo nunca. Siempre acabo diciendo lo que pienso justo en el momento en que se me ocurre, así que estoy en desventaja, no tengo remedio. Tú en cambio, como no dices nada, parece que llevas dentro de ti todo el misterio del mundo.
-Antonio Muñoz Molina-
viernes, 25 de marzo de 2016
miércoles, 27 de enero de 2016
Cuando se cierran más, mejor mis ojos ven:
pues todo el día cosas fútiles ojean,
mas cuando duermo, en sueños te miran, mi bien,
y oscuramente claros, en la sombra otean.
Oh tú pues, cuya sombra las sombras alumbra,
¡qué feliz de tu sombra la forma informara
al claro día con tu luz mucho más clara,
cuando a ojos que no ven tu sombra así deslumbra!
¡Cuál -digo- de mis ojos fuera la ventura
al mirarte del día entre los vivos fuegos,
cuando en la muerta noche tu sobra insegura
se graba entre el pesado sueño en ojos ciegos!
Noche es el día hasta que verte no consigo;
día las noches que soñando estoy contigo.
-William Shakespeare-
lunes, 25 de enero de 2016
El fisionomista
Cuando le conocí apenas sí me prestó atención. Él era abierto y muy extrovertido, de esas personas que pronto acaparan el interés de un grupo por su locuacidad y por la brillantez con la que normalmente manifiestan aquello que quieren expresar.
Como digo, al presentarnos no me dedicó más que unas pocas palabras, algo trivial y para salir del paso. Ya no recuerdo qué fue. Con el tiempo empezaríamos a ser grandes amigos. Su rasgo característico, como ya he apuntado, era el don innato de gentes, una rara capacidad que le hacía atraerse a personas de muy diversa índole.
-Javier García Sánchez-
viernes, 15 de enero de 2016
Re-volver.
Me cojo el primer autobús que salga y me introduzco en él atestada de cicatrices.
Atasco la puerta a todos mis miedos y los tiro por la ventanilla (no sin antes darme cuenta de cómo te alejas).
Si dependiese de mí, no me despediría nunca. De nadie. SOLO DE MÍ.
Solo yo me merecería algo tan doloroso como una despedida eterna sin ninguna razón aparente.
Porque bueno, como ya sabéis... Siempre que nos marchamos de la vida de alguien es por algo, o muchísimo peor, por nosotros mismos.
Y sin más, me zambullo en ese holocausto de recuerdos que vuelan a 500 km por hora y me abandona a 500 lágrimas por minuto.
Te siento tan pequeño que ni siquiera puedo tocarte, joder.
Y no es porque seas algo insignificante, no. Eres un lugar. Eres donde advierto la emoción de estar viva.
Solo pido un abrazo más (de esos que te quedas muy quieto, en silencio y no te importan los minutos que pasen) y después juro que me voy. Que desaparezco.
Siempre con el pánico de pensar que un día verdaderamente me toque hacer esto. Me toque desaparecer.
Olvidarme de mí misma. Olvidarme de lo que fui. Por miedo, como no. Miedo a hacer daño. Miedo a no ser suficiente. Con las armas cargadas, incluso cuando ha sido un buen día solo porque no me fío nada de la vida.
Y me arde la piel.
Y los ojos.
Y nada lo calma.
Y me desangro esperando a que alguien venga a manosearme las heridas.
Corres; pero bah.
Ni la Plaza Mayor. Ni el recoveco más bonito de Córdoba, ni Granada, ni Barcelona, ni Málaga, ni tan siquiera una cama me hicieron volar tan alto.
Y lo peor es que sin quererlo te haré recorrer medio mundo buscando una altura a la que yo nunca llegaré.
Como siempre, por temor a que me falte el suelo.
¿Nunca habéis notado cómo os rompíais, literalmente, al escuchar una canción?
Se te eriza la piel y las costillas se convierten en harina.
Y mi corazón palpita (que ojalá fuese mármol). Pero no, solo es eso... un corazón.
Joder, tampoco es tan malo notarlo de vez en cuando. Notar que tienes algo que bombea por mucha mierda que pulule en el exterior.
Aunque tu estado de ánimo sea lamentable. Aunque no comas. Ni duermas. Ni escuches música (que-es-lo-mis-mo-que-no-vi-vir).
Es tu corazón. Y sin quererlo, te está obligando a seguir.
Te sumerges en una piscina llena de reproches y pretendes no hacerte daño cada vez que te miras al espejo.
Te pierdes en un autobús queriendo dejar atrás lo que sabes de sobra que siempre tendrás en la cabeza.
Te pones las zapatillas, la bufanda, sales a la calle y convives con tus voces.
Y es que a ver, ¿quién no tiene a alguien en mente?
¿Quién no se ha pasado noches enteras pensado en miradas frías que buscan algo de calor?
¿En miradas calientes que desean a alguien que las congele? ¿En el tiempo?
En definitiva, ¿en miradas cansadas de buscar mientras se cierran en sí mismas?
Y mientras tú corres la cortina que hace algunas noches te vio correrte a ti,
yo contemplo cómo esta ciudad maldita se despierta creando una parte inolvidable de mí.
Y, bueno, ahora estoy en el autobús. Y me toca elegir si matar los recuerdos.
O ASFIXIARME CON ELLOS.
jueves, 14 de enero de 2016
Aunque tú no lo sepas
Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos.
Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.
También hemos hablado
en la cama, sin prisas, muchas tardes
esta cama de amor que conoces,
la misma que se queda
fría cuando te marchas.
Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.
-Luis García Montero-
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.
-Luis García Montero-
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