Blog

jueves, 6 de febrero de 2014

A veces llueve y el corazón se sincroniza con el tiempo.

Esta vez yo no he tenido nada que ver. La culpa la tiene la lluvia, lo juro. Yo solo me dejo llevar.
De repente, vuelve.
Las alcantarillas se ahogan. El frío hace de las suyas, como siempre.
 La calle se viste de lencería  gris.
El sol quiere pero no puede y yo... Yo echo de menos.
Pondría un "te" delante  pero no extraño a nadie en concreto. Echo de menos cosas. Gestos. Pequeñas cosas que me daban la vida.
No quiero perder más. No quiero que esta tormenta se vaya. Me gusta el olor, el dolor, el rencor; las palabras que no diré por miedo. Los solos de guitarra  de Extremoduro que reinan  ahora mismo en mi habitación.
Porque una vez me alcanzó uno de esos rayos que hacen que se te electrifiquen hasta la última de tus células. Uno de esos que son hermosos al caer pero estruendosos al irse, dejándome sin esperanza, vacía y, sin bragas, por supuesto.
Notar como todo me acaricia de nuevo tanto que lo odio. Odio las caricias tanto como antes me encantaban.
¿Por qué recordamos cuando sabemos que nos va a doler?
También nos duele ser felices. Porque sí,  que no os engañen, duele.
Y más si te quitas la venda y te das cuenta de que mañana quizás, hayas perdido eso que tanto te importa y  te da motivos.
Somos tan cobardes en todo que hasta una simple tormenta nos hace cerrar todo por miedo a mojarnos demasiado.
Solo abrimos la ventana cuando todo se ha calmado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario